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En 1992 fui contagiado por el entusiasmo de la mecánica de los autos cuya antigüedad está muy por debajo del promedio cuando adquirí mi Dodge Mónaco 1970. Un auto grande, espacioso, de mecánica muy sencilla, comparada con los autos contemporáneos, me sedujo a comprarlo para desarrollar en el un proyecto de restauración.

Al poco tiempo me di cuenta de las implicaciones que este proyecto tenía. ¿Quién me lo repararía? No buscaba una reparación común y corriente de esas que basta con que el auto funcione sin importar las adecuaciones o transformaciones a la originalidad que se tuvieran que hacer. ¿Dónde lo guardaría? ¿Done encontraría repuestos originales? ¿Cómo saber si al comprarlo ya tenía alteraciones que lo hicieran ver fuera de lo original? ¿Costaría mucho...?

Finalmente el auto permaneció 5 años afuera de la casa de mis suegros, esperando el gran momento. El motor necesitaba una reparación completa, la pintura estaba sumamente acabada y la tapicería no estaba nada bien. En este tiempo el Mónaco solo hizo cortos viajes de la casa de mis suegros a mi casa y de regreso. Aunque era un fantástico paseo para mi hija de 3 años, estaba plagado de fuertes emociones ya que el temperamento del motor era tal que a veces, de la nada, decidía no andar más.

Durante este tiempo intenté contactar con gente que gustara de este peculiar pasatiempo pero estaban igual o más desorientados que yo.

En 1997 un mecánico me reparó el motor. Aunque fue un buen trabajo de mecánica, la estética del trabajo no le importó mucho a este señor, pero ¡Que va! Ahora el auto podía andar bien. En este mismo año me decidí a no esperar más y un pintor vecino de la colonia me pintó el auto. No era un trabajo extraordinario pero ¡Que va!, se veía mucho mejor. Luego, me decido a tapizarlo, un tapiz nada extraordinario pero ¡Que va!, ahora se veía limpio por dentro.

Estas reparaciones le dieron otro aspecto a mi auto, sin embargo no era lo que yo buscaba. En 1998 en este Mónaco recogí del hospital a mi segunda niña recién nacida.

No recuerdo si fue 1998 o 1999, en otoño cayó una fuerte granizada al Norte de la zona metropolitana de Monterrey que acabó con la pintura del auto. Debí sentirme sumamente triste, pero como no era el trabajo que yo quería no fue así.

Por razones extrañas del destino un día supe del taller de Gigio y al conocerlo me di cuenta que el podría hacer el trabajo que estaba buscando. Me pinto el auto cuidando aquellos detalles que solo un conocedor hace. Mi Mónaco fue otro. Desde entonces mantengo una amistad muy especial con Gigio y me ha hechos muchos otros trabajos en otros proyectos de restauración en los que a la fecha sigo trabajando.

Cuando me sucedió todo esto, me di cuenta que había una cantidad muy importante de entusiastas que nos sentimos desorientados para poder siquiera iniciar los procesos de restauración.

Entonces pensé en formar un club, pero la dinámica tan impredecible con la que trabajamos el día de hoy, la dificultad con la que te desplazas por la ciudad y, con el crecimiento de la familia, la necesidad de estar más tiempo en casa me dificultaron la materialización de este proyecto.

Fue entonces cuando pensé en desarrollar un sitio de Internet para llegar a todos aquellos entusiastas del automovilismo. En el año de 2001 inicié con AutoClasico.

AutoClasico es un sitio desarrollado, operado y sustentado por un servidor orientado a crear una comunidad de entusiastas de los autos clásicos y antiguos para el intercambio de información, conocimientos y experiencias.

Para aquellos que me han seguido desde los inicios se darán cuenta que el sitio a evolucionado, tal vez no tan rápido como todos quisiéramos, pero ¡Que va! hemos creado una comunidad que cojea de la misma “pata”.

Antonio Gutiérrez
webmaster@autoclasico.com.mx

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